Hace algunos años, cuando cumplí 45 años, escribí un texto que resumía mi pensar y mi sentir sobre lo vivido hasta entonces. Era un texto algo pretencioso que intentaba dar cuenta de ciertas acciones y creencias que servían de soporte al andamiaje de mi existencia en ese momento. El escrito era bastante optimista y dejaba entrever, en general, satisfacción con lo obrado, aún cuando se reconocían errores y sinsabores propios de los pasos en falso dados a lo largo de los años. Con todo, sus frases eran esperanzadoras y abrían caminos hacia el futuro. Había un cierto aire de complacencia y hasta un cierto tono desafiante en la forma y en el fondo del escrito.
Hoy, cinco años después, quizás el texto no sea tan esperanzador o si se quiere, deje más en evidencia la fragilidad de las intenciones humanas; llame mas a la cautela respecto a los optimismos desenfrenados y advierta sobre la posibilidad que todo lo emprendido pueda deshacerse de la noche a la mañana sin más remedio. Algunos dirán que la crisis económica y social que se percibe en el ambiente puede haber enturbiado las miradas y los corazones, pero yo creo que más allá de los avatares económicos y de la simple lucha por la subsistencia, algunas realidades transitan mas que nunca por el campo de lo provisorio, quizás de la mano del avance tecnológico y de las comunicaciones que no siempre son posibles de seguir a la velocidad que éstas imponen. He aquí una evidente dificultad: ni la cabeza ni el cuerpo están para el vértigo de los tiempos. Por lo demás, la realidad virtual, aunque entretenida, no produce aún en mí la sensación, la emoción y la textura que la realidad de los objetos y las personas de carne y hueso y por cierto no me da la amplitud de visón que necesito para saber qué terreno piso. Así, los 50 años me encuentran en una lucha por sobrevivir en el torbellino de la época y a la vez en busca de un remanso para labores más contemplativas reflexivas y amorosas que el eterno desafío y la respuesta rápida para vencerlo.
En ese contexto, medio siglo se me aparece como una cifra más que respetable; casi imponente, diría. Hace un tiempo estaba sumido en el rollo de mis 35 años y de pronto aparezco en los 50, como si hubiera entrado en un túnel del tiempo y hubiera desembocado en la actual circunstancia, con la edad que indica el calendario. Los 40 los celebré visitando la ciudad de Nueva York. Fue ese un viaje memorable y lleno de aventura. 10 años después, la modestia y la sobriedad parecen ser el sello del festejo. El mundo ha cambiado sin duda; hace 10 años subí a lo alto de las Torres Gemelas y hoy éstas ya no existen. Junto con ese derrumbe, algo de mis construcciones y mi fe también se derrumbaron. No diré que estos son tiempos de euforia. Son más bien de observación pausada y reflexiva y de participación precisa sólo allí donde hay causas que lo merecen y que parecen serias y poco rimbombantes. A veces me reconozco algo pesimista, que en esencia no lo soy, pero el mundo se ha llenado de inseguridades y así la vida personal también ha sido arrastrada a ese territorio. Rescato de todas las cosas el amor verdadero; la amistad sincera; la conversación franca y distendida, la buena mesa y el buen vino; el sexo (todavía), la música, la poesía y el contacto con la naturaleza. Sigo siendo amigo de los juegos de palabras y las bromas que llevan mensajes entre líneas (no el doble sentido típico de la gente poco imaginativa). En el lenguaje ejercito a veces la faceta más lúdica de mi personalidad y en ocasiones entro en ondas muy afectivas con las personas, aún cuando en otras, me aíslo y me recluyo conservando sólo ciertas formas externas para no pasar por desadaptado. Si pienso que en 10 años más estaré en los 60, parece ser que el tiempo próximo será selectivo de vivencias y situaciones, donde la calidad y no la cantidad pasará a ser la regla a seguir. La idea es volverse cada vez más esencial y darle poco tiempo y espacio a la tontería, aunque eso no siempre sea posible.
Del tema social (que se mezcla con el personal), sólo diré que ni antes ni ahora me he sentido un “revolucionario”. Creo ser más bien un “evolucionario”, porque valoro los logros conseguidos paso tras paso, en trabajosa construcción por acumulación de acciones y esfuerzos. Puede ser que de pronto una “revolución” sea del todo saludable, en especial cuando ciertas realidades no dan para más; pero habría que saber los pasos a seguir para después del golpe de timón, ya que muchas veces los logros revolucionarios no se pueden mantener y producen dolorosos retrocesos y contra-revoluciones. En otros casos si se mantienen, el costo humano que se paga es demasiado alto y la revolución como beneficio neto, pierde sentido. Pero el exitismo de la época quiere logros tangibles y medibles ahora mismo o en el más corto plazo posible. En eso no se diferencian mucho los unos de los otros. Todo es para ayer. Todo tiene urgencia y quien no viaja en ese carro, está prácticamente fuera de la vida. Con ese apresuramiento tengo las mayores dificultades, aunque reconozco que muchas veces entro en él. Sin embargo, mi tiempo futuro será de enlentecimientos y pausas largas; no de velocidad y vértigo. Eso lo advierto desde ya.
Asumo mi fracaso como hacedor de dinero y proveedor de seguridades materiales. Mi entorno más cercano lo sabe de sobra. Exitoso profesionalmente no soy. Los emprendimientos que he intentado no tuvieron el complemento necesario para extenderse en el tiempo y ver algún fruto como recompensa. El presente es de avatares y el futuro puede serlo más. Las actividades asociativas y cooperativas podrían constituirse de pronto una buena manera de capear el temporal de las exigencias materiales y económicas. Con todo, sigo siendo creíble y confiable para quienes trabajan conmigo, aunque estoy dispuesto a confrontar si algo me parece mal, independiente de las consecuencias. Diré entonces que mi tolerancia a la estupidez ha bajado a la mitad en los últimos cinco años. También en la misma proporción el promedio de permanencia en empleos estables y aparentemente “seguros”.
Del tema trascendente sólo diré que ampliar la conciencia y fortalecer el espíritu siguen siendo las tareas principales para los próximos años. En esa línea me resulta interesante investigar sobre las experiencias del túnel y la luz en personas que la han vivido o estudiado y sobre la posibilidad del retorno a este mundo como parte del proyecto de perfeccionamiento espiritual y de liberación “kármica” planteado por la teoría de la reencarnación. Simpatizo con la idea de que las experiencias y situaciones no resueltas o no asumidas en esta vida podrían tener su posibilidad de reversión en una o un par de existencias más, antes de seguir – por así decirlo – rumbo a las estrellas. En estas labores místico-especulativas, la palabra Dios no aparece, por ahora, por ningún lado.
Y en cuanto al amor, debo decir que si no fuera por esta vivencia y su encarnación en mi actual pareja, el mundo sería mucho más duro y deseperanzado, porque hay allí refugio, complicidad, amistad, sensualidad y proyección que hace que todo se vuelva más luminoso y vivible. Y aunque me ha costado más de la cuenta materializar un acuerdo de conviviencia, la propuesta sigue en pie, sin decaer a la espera de mejores circunstancias.
Claudio